sábado, 2 de enero de 2010

Una vida larga.

Cuando se nace en el reino Bálor, se nace dispuesto a morir por la Alianza. Si no estás dispuesto a hacerlo, eres expulsado del reino. Cuando nací, lo primero que vi según me contó mi madre, fueron dos espadas, de un color azul brillante recorriendo todo el filo. Esas dos espadas estarían conmigo hasta mi muerte. Todas las leyes del reino eran estables y no cambiaban nunca ni por nada ni por nadie, si algún elfo no acataba las órdenes del rey, era enviado al exilio. Yo era el primer elfo que se ponía en contra del rey, y las leyes... no se cumplían. ¿El por qué? Yo soy Duatha, príncipe y heredero del trono del rey Bálor. Mi padre, desde que yo era un niño; ya sabía que yo era especial, diferente al resto. Mi padre quiso aprovechar esa peculiaridad en mi. Desde que tengo memoria recuerdo que siempre he tenido mis dos espadas en las manos. Siempre desenvainadas y siempre atacando. Día tras día entrenaba con el mejor soldado del reino, enseñándome todo lo que sabía y aprendiendo por mi cuenta nuevas formas de combate. También me enseñaron a hablar la lengua de los humanos, sus costumbres, sus historias, todo. Se limitaban a mostrarme los logros de la Alianza... Pero... ¿Y mi pueblo? ¿Qué historias hay de los elfos nobles?. Todas esas preguntas fueron redefiniendo mi mente, mi filosofía. Preguntaba a mi padre una y otra vez por qué luchábamos junto a los humanos. Pero mi padre siempre me respondía con la misma frase... - Siempre hemos luchado junto a los humanos y siempre lo haremos, es un pacto muy antiguo.- Todo lo que yo ansiaba saber, se me negaba.

Un día cualquiera, mientras leía un libro sobre las espadas Quel'delar y Quel'serrar, un enviado del rey humano se presentó ante mi padre, le dijo que debía enviar a sus mejores hombres al frente, para ayudarlos en una batalla contra la horda de orcos. Mi padre, aceptó. Enviando dosmil soldados y magos al lugar que ponía en la carta. Enviándome a mi. - Es una prueba que debes pasar para ser el rey, hijo mío. Si la pasas, podrás acceder al trono y estarás preparado para llevar la corona -. Fue lo que dijo antes de verme salir de la gran sala, decorada con adornos mágicos y lámparas gigantescas sobre el techo, que daban una luz tenue y ligera de día y de noche un destello que deslumbraba a todo el que se atreviese a mirarlas; Mi padre no escuchó de mi una palabra, no percibió ni un gesto, simplemente me vio salir de la sala del trono, con mis dos espadas, llamadas Yshna'than y Quel'ysel. Que traducidas quieren decir Pensamiento y Entereza.

Y allí estaba yo, sobre mi corcel blanco, soportando una armadura de un color azul oscuro y un casco terriblemente pesado que dejaba escapar al viento unos hilos gruesos de colores blancos y amarillos, vislumbrando en el horizonte a diezmil orcos. Miraba a los soldados que tenía a mi alrededor, sentía su miedo y su desesperación. Pero la esperanza estaba puesta en que los humanos y enanos llegaran antes de que empezara la masacre. A mi pesar... la batalla comenzó, notando como el viento cesaba de darme en la cara para dejar pasar miles de flechas dirigidas hacia la horda, vi cientos de ellos caer en un solo instante, en unos pocos segundos, me vi envuelto entre sonidos de espadas que chocaban unas con otras, con los gritos de los fieros orcos y de los valientes quel'dorei que hacían todo lo que podían ante el empuje enemigo. Yo... me vi bloqueado, sintiendo que no podía hacer mucho, que todo el entrenamiento servía de poco ante todos esos orcos dispuestos a morir por un solo susurro de su amo oscuro. Me despojé del casco, me agarré fuertemente a las riendas y supliqué al viento que nos diera la fuerza y la velocidad en la batalla, es cuando caí, un orco vil me tiró del caballo sin apenas emplear su fuerza, en pocos minutos habían calado gravemente entre los elfos, más de seiscientos ya habrían debido de caer.

Empecé una lucha contra ese orco, empuñé Yshna'than y Quel'ysel con fiereza, empleé todos los conocimientos de lucha que tenía para vencerle, pero parecía que no servían de nada, pues no llegaba nunca a rozarle mínimamente. Todo lo que había aprendido no servía... eso me desmoralizaba, tanto o más que ver a mis compañeros caer, más incluso que los gritos y el rostro de aquel orco con los ojos tan rojos como los demonios de los que había leído. Era la primera vez que combatía por mi vida y pensaba que sería la última. Pero es cuando las dos espadas empezaron a brillar, era increíble, brillaban más que el sol, el orco se quedó un tiempo sin reaccionar y aproveché para atravesarle antes de que se diera cuenta de lo que pasaba. Las espadas carecían de poder, pero la Luz me había elegido para sobrevivir, al menos... ese día. Al menos en esa batalla.

Finalmente, los humanos y enanos llegaron en nuestra ayuda, pero llegaron demasiado tarde, más de mil de mis hermanos ya no volverían a ver a sus familias, ya no volverían a disfrutar de un día soleado ni de un día lluvioso. Eso hizo que me sintiera; por primera vez en mi vida; traicionado. Ganamos la batalla, pero ¿qué precio tuvimos que pagar?. Mi padre nunca vio eso, nunca supo apreciar que sus súbditos tenían una vida propia. En cambio yo sí, y cuando los que sobrevivimos volvimos a casa, nos recibió como a unos hombres victoriosos, como si ninguno de nosotros hubiera muerto. Y creo que... le sentó mal que le recordara que mil hermanos formarían parte ya, de la tierra y del recuerdo.

2 comentarios:

  1. ^^Interesante historia. ¡Ánimo y adelante!

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  2. :D Aquí Ahti! Muy buen comienzo! te sigo con expectación, a ver en qué acaba estoooooo (o mejor aún, que no acabe, que Duatha es muy monín, jejeje)

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